viernes, 28 de mayo de 2010

Mentiras de nuestros padres

Mentiras de nuestro padres

Dicen que el cielo es azul. Mienten.

Alguien me dijo una vez que el cielo era azul porque reflejaba el mar. Menuda tontería. Si el cielo reflejara lo que sucede en el planeta sería rojo, rojo como la sangre derramada, como el fuego que lo arrasa todo. Sería gris, como la tierra quemada, como las vigas de hormigón que se alzan hasta el cielo. Sería negro, como el luto de las madres, como el vacío de nuestra alma. Sería pardo como los suelos yermos. Incluso podría creerme que una vez fuera verde, pero nunca sería azul. No. No hay nada azul salvo tus ojos y por muy bellos que sean no pueden ser el reflejo del cielo.

Los otros me dicen que soy un ignorante, que llevo demasiado tiempo en las profundidades de la tierra para recordar cómo es el cielo. ¿Y ellos sí pueden? Pueden recordarlo tanto como pueden respirar aire fresco: con la imaginación y en sueños.

A veces, yo también creo puedo recordar el cielo azul. Puedo verme caminando entre la hierba: me llega hasta las rodillas y me hace cosquillas. Río. ¿Te lo puedes creer? Yo riendo; sin duda debe de ser un sueño. El aire fresco peina mi cabello y me inunda con un embriagador aroma a ¿flores? ¿melocotones? Es tan difícil darle nombre a un olor que nunca más podrás sentir…

¿Cuánto hace desde que todo acabó? Ya sabes a que me refiero: el mundo, ¿cuánto hace que murió? ¿Cuánto hace desde que nos vimos obligados a recluirnos en las entrañas de la tierra como ratas, como alimañas que huyen del mal que han causado? ¿Cuánto, desde que tuvimos que escoger entre la muerte rápida o la agonía silenciosa? Pero seguimos vivos, y eso debería importar.

Ya no queda nadie de los primeros. Lo que lo causaron todo, los que nos condenaron a la oscuridad por el mísero precio de nuestra supervivencia. ¿Recuerdas lo que nos enseñaron? ¿Lo recuerdas? Yo aprendí muchas cosas, la mayoría no estaban en sus libros: «Baja la cabeza, esconde la cola y desaparece en silencio. Reza porque el tiempo arregle lo que has roto y muere antes de ver la mirada acusadora en los ojos de tus hijos»

Eso es lo que no querían que aprendiéramos, pero eso fue lo que aprendimos. ¿Sabes que fue lo que me dijo mi padre antes de morir?: «Avergüénzate de lo que hicimos y llora recordando lo que tuviste. Los que vengan tras de ti no conocerán el cielo. Diles que el cielo era azul»

FIN

Una nueva sesión de escritura automática. Esta vez también había un nuevo componente, en vez de las tres palabras de rigor, había que empezar por una frase. En este caso yo misma fui la voluntaria y la que puso la frase: Dicen que el cielo es azul.

domingo, 16 de mayo de 2010

Teseo IV: Un Barco del Norte

El Teseo ha acabado y ya tenemos un justo ganador: Ignacio Cid Hermoso con su relato Un barco del Norte.

Un barco del Norte

Sangre de Odín corre por sus venas. Sangre blanca calentada al fuego de guerras pretéritas. Ella y las demás, todas ellas valkirias en tiempos difíciles, parecen abocadas a un fatal desenlace.

No hace mucho tiempo, tan sólo unos meses atrás, sus deseos habían cristalizado en falso, dando forma a vagas promesas como la conquista de otras tierras, lejos de su patria, donde la vida les habría de resultar más fácil o más vida. Pero aquel tipo las fue engañando una a una, en guerra sucia y desigual, paradigmática de la vileza del hombre cruel y cobarde. Embarcaron en busca de su porvenir y se encontraron con la esclavitud.

Todas aquellas desheredadas del norte de Europa, sin sueños más allá de sus deseos, acabaron sellando su destino para siempre. Un destino crudo como la carne en venta, despeñadero de chicas valientes, empeñadas en guerrear.

—Esta noche tendremos nuestra última oportunidad —dice Anna, la más bella, la más joven, la más convencida de todas.

—Pero… nunca lo conseguiremos. Están armados… nos matarán a todas…

Una valkiria no teme a la muerte. Una valkiria hace del abismo su propia elección.

—Son hombres armados, es cierto. Hombres malos. Pero nosotras somos guerreras. Descendientes de la bella Asgard. Con sus huesos levantaremos nuestro castillo. Con sus ojos buscaremos nuestra libertad.

Una valkiria nunca agacha la cabeza ante la brutalidad viril. Una valkiria nunca se rinde ante el músculo sin seso.

—Sólo dispondremos de unos segundos, justo cuando abran el contenedor para servirnos la cena. Esa será nuestra única oportunidad.

El océano les servía de cuna, meciendo el barco donde naufragaba su miedo.

Encerradas en una lata, en un contenedor industrial, presas de la trata de blancas, consumían sus últimas horas con dignidad. Sus rostros eran negativos recortados contra las paredes de metal, que filtraban sus ganas de venganza a través de unos ojos acostumbrados a la penumbra. Material de prostitución de primera clase. Se miraban sin verse, con los rostros sucios y desnutridos, temiendo y deseando que llegara el momento definitivo.

Al caer la noche, cuando el hombre gordo de acento ruso abrió el candado y destapó la cajita de las muñecas, Anna se abalanzó sobre él. Arrebatándole la pistola, apretó el gatillo y transformó su cara en una flor roja. Las demás saltaron por encima de ellos, salieron a la noche vistiendo harapos, telas sucias y rasgadas. Con los pechos descubiertos, los ombligos impacientes y el orgullo entre los dientes, las mujeres eludieron su destino y se enfrentaron a una muerte segura. Los captores cayeron al agua, aullaron, despertaron, reaccionaron, dispararon… y finalmente vencieron.

Pero nunca más volvieron a someterlas. Nunca llegaron a puerto con la mercancía.

En aquel barco del Norte sólo había dos opciones.

Y las jóvenes valkirias eligieron morir.