Le miraban. De
eso no cabía duda.
Esos malditos
humanos y sus retorcidos métodos de tortura… Ahora le obligaban a engullir, sin
ningún tipo de escrúpulo, formas de vida perfectamente conscientes del destino
que les esperaba. ¿Cómo podían ser capaces de tan magna crueldad? Obligarle a
contemplar las miradas suplicantes de sus víctimas mientras las empujaban
contra la parte anterior de su aparato digestivo. Y luego era él la bestia sin
sentimientos.
No, no iba a
permitirles otra victoria. Pronto sabrían quién era él. No en vano, la suya era
la más gloriosa de las razas que surcaban el espacio: un auténtico guerrero del
planeta Gris. Él no se dejaría vencer por una raza inferior como la humana, no,
nunca.
Nunca doblegarían
su voluntad reduciéndole a ser otro despiadado engulle-inocentes. Él era más
fuerte que todo eso.
Pero nada podía
prepararle ante la nueva acometida de la rastrera cabecilla de sus
torturadores:
—Marcos, si no te
acabas los guisantes no hay postre, y que sepas que hay flan.
Marcos, el guerrero
originario del planeta gris, cogió la cuchara repleta de guisantes llorones y
desoyó sus súplicas mientras los masticaba.
Siempre había
causas mayores que el honor.
Dedicado a mi hermanito.
1 comentario:
Chido carnal!
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