El color del cielo
—A veces tengo ganas de que todo
termine.
—¿Y quién no? —contestó Paula
echando una ojeada a la ficha de su nuevo paciente. El hombre no debía de tener
más de treinta años, mal afeitado, bien vestido... «Recién separado», aventuró
la psicóloga.
—No me entiende —dijo él. Tenía un
marcado acento extranjero y un brillo febril en la mirada—. Sé que todo va a
terminar. Eso es un hecho. No depende de mí.
Paula le dejó continuar, a veces era lo mejor, dejar que hablaran.
Muchos de los que acudían a su consulta lo único que necesitaban era que
alguien les escuchara. Antes, los sacerdotes se ocupaban de eso. Ahora, acudían
a psicólogos como ella y gastaban su pequeña fortuna para conseguir lo mismo:
alguien que les hiciera caso. ¡Bendito ateísmo!
—¿Se ha fijado en el color del
cielo? —murmuró su paciente. Paula echó una ojeada a su expediente para
rescatar el nombre: Caín Adamson. «¿Qué clases de padres ponen a su hijo
Caín?»—. ¿Se ha fijado en el color del cielo? —insistió, clavando sus ojos en
ella.
Paula alzó la mirada a través de la
ventana. El cielo tenía un extraño color plomizo. Parecía que iba a llover y,
sin embargo, ninguna nube se veía en el horizonte.
—Todo se acaba —masculló Caín—.
Llega el momento y no sé si entristecerme o alegrarme de que mi calvario llegue
a su fin. Supongo que debería estar feliz. Y, sin embargo, prefiero la pena.
—¿Qué es lo que se acaba, Caín? ¿El
trabajo? —Muchos de sus nuevos pacientes eran ejecutivos venidos a menos por
recortes en la empresa. Gente a la que le era imposible mantener su nivel de
vida.
—Es una forma de verlo —dijo con una
sonrisa torcida—. ¿Tiene familia? —la sorprendió.
Paula parpadeó y dudó un momento
antes de contestar.
—Sí —confesó—. Tengo dos niñas, de
diez y cuatro años.
—¿Y las ve mucho?
—No, la verdad. —El incremento de
trabajo que le había producido una sociedad rota revertía directamente sobre su
vida familiar. A veces se planteaba si todo merecía la pena.
—Entonces, no debería robar su
tiempo con mi soledad. Vaya a su casa, abrace a sus hijas y quédese allí.
—¡Como si fuera tan fácil! —rio
Paula.
—Lo es y usted lo sabe.
*
No hubo
trompetas, ni jinetes, ni coros de ángeles vengadores... O quizás los había
habido y nadie se había dado cuenta. Mares que se mueren, lunas de sangre...
nada nuevo bajo el escéptico sol del siglo XXI.
¿Qué has hecho? La sangre de tu
hermano clama desde el suelo. Ahora estás maldito y la tierra, que abrió su
boca para recibir la sangre de tu hermano rechazará tu mano. Cuando la
trabajes, no te dará fruto. Vagarás eternamente sobre la Tierra.
Caín miró
al cielo y supo, en ese instante, que su condena había terminado.
FIN
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