Seguro que si eres jugador de rol me comprendes: cuando más gana la partida es cuando la explicas después de jugarla. En su momento son papeles, tiradas, dados... pero cuando lo explicas, son disparos, ideas maestras, golpes de magia, y todo lo que se te pueda ocurrir.
Hace tiempo, empecé a escribir la historia de mi personaje de Vampiro: La Mascarada. Era muy viejo pero era de generación 13, es decir, un mindundi que no tenía mucho sentido. Pero yo se lo di, le hice un background cojonudo y a punto estuve de pagarlo asesinado por mi mejor amigo. Pero, oye, ¿y lo que moló?
La cuestión es que empecé a escribir la historia del vampiro en cuestión y claro, cuando empezaron a surgir los proyectos de verdad, este proyecto se quedó en nada, a lo mejor algún día lo sigo. Por ahora, os dejo con el principio del background que tampoco hay que pasarse.
....
Reino de Dàl Riada, s.VI d.C.
Gabhran abrió los ojos cuando los rayos del sol fueron demasiado
intensos para seguir durmiendo. Estaba cansado pero, aun así, se sentía como si
llevara demasiado tiempo en el reino de los sueños. Tenía la boca pastosa y
áspera como si hubiera estado vomitando tras una mala noche de juerga y ahora
la resaca hiciera mella en su espíritu, pero no se sentía así. Estaba cansado,
estaba dolorido pero no estaba resacoso, aunque no recordaba el momento en el
que se había acostado.
Destellos de recuerdos de una cacería matutina acudieron a su mente.
Una carrera por el bosque, un ciervo herido que se negaba a darse por vencido,
una caída… Las imágenes le asaltaron y Gabhran tuvo que volver a sentarse en la
cama cuando se vio atacado por ramas y piedras mientras rodaba barranco abajo.
Se levantó con cuidado y se contempló en el espejo, con miedo de
encontrar lo que su reflejo le depararía. Pero ni una sola cicatriz recorría su
cuerpo. Ninguna. Sintió de nuevo el dolor punzante de la carne de su mejilla
abriéndose, pero no había ninguna marca donde la piedra había golpeado su
pómulo. Recordó de nuevo el fuego que se extendió por su pecho desde su
costado, allí donde fue ensartado por un tronco muerto.
Cuando la puerta se abrió, su madre en persona apareció ante él con una
bandeja en la mano. Su rostro se descompuso al verle de pie y a punto estuvo de
dejar caer los platos al suelo. Gabhran los cazó al vuelo, impidiendo que se
estrellaran contra el embaldosado.
—Madre, ¿qué sucede? —preguntó, extrañado y sorprendido ante su
reacción.
—Nada, nada —dijo ella, agitando sus rizos rojos con su negativa, pero
las lágrimas nublaban unos ojos que amenazaban llanto—. ¿Te… te molesta el sol?
—preguntó al ver como fruncía el ceño y alzaba la mano.
—Hoy es especialmente molesto —contestó Gabhran encogiéndose de
hombros—. Pero no voy a quejarme por un día soleado que tenemos. Madre… he
tenido un sueño muy extraño —dijo, porque tenía que haber sido eso, ¿no? Un
sueño muy vívido. Recordaba cada uno de los golpes, el dolor que a duras penas
le mantenía en la línea de la consciencia, la sensación de asfixia cuando sus
pulmones, agujereados, se encharcaban con su propia sangre impidiéndole tomar
el aire que necesitaba…
—¿Un sueño…? —repitió ella—. Sí, pesadillas, no debes darle
importancia. Pesadillas, sin más.
—¿Cómo sabes que ha sido una pesadilla? —preguntó Gabhran.
—Por… porque estás pálido —dijo—. Come algo y ya verás como te
encuentras mucho mejor.
Gabhran metió la cuchara en el tazón de estofado y le dio vueltas con
desgana. Sí, un sueño… Tenía hambre, el rugido de su estómago no dejaba lugar a
dudas pero, por algún motivo que no alcanzaba a comprender, aquello que tenía
delante no parecía alimento. Se forzó a llevarse una cucharada a la boca, ante
la atenta mirada de su madre, e hizo acopio de su voluntad para tragárselo.
Tierra, era como comer tierra y su estómago lo rechazó con una arcada. Antes de
que pudiera evitarlo, se retorció sobre sí mismo y vomitó todo lo que acababa
de ingerir.
—Lo siento —articuló entre balbuceos—. No sé qué…
Su madre se afanó en recogerlo todo, pero al hacerlo, las lágrimas
resbalaban por sus mejillas.
—No… no deberías beber tanto —balbuceó—. Luego pasan estas cosas.
—No recuerdo haber bebido —dijo Gabhran, cada vez más seguro de que
algo pasaba. Algo que no tenía que ver ni con resacas ni con pesadillas. Algo
que agitaba a su madre y arrancaba lágrimas a la mujer de piedra. Agarró sus
manos y la obligó a dejar de hacer lo que estaba haciendo—. Es-Estoy bien,
madre. No tengo resaca ni… ¿qué está pasando? ¿Por qué lloras?
La mujer le miró a los ojos y le abrazó con fuerza rompiendo en sonoros
sollozos.
—¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! ¡No podía dejarte ir! ¡No podía! ¡Perdí
a tu padre, no podía perderte también a ti! ¡No me odies, por favor!
—¿Odiarte? ¿Perderme? ¿De qué estás hablando, madre? —preguntó,
empezando a asustarse.
—Morbihen —la llamó el abuelo desde la entrada de la habitación, su
rostro también tenía cierto color ceniciento y contemplaba al joven como si
esperara que le salieran alas y cola en cualquier momento—, estás asustando al
chico.
—Abuelo, ¿qué sucede?
—Todo a su tiempo, Gabhran —dijo alzando la mano para tranquilizarle—.
Morbihen —repitió—, ha funcionado. Tranquilízate.
—¡No ha funcionado! —protestó ella ahogando los lamentos en su pecho y
llenando de lágrimas su camisa de dormir—. ¡Dice que le molesta el sol y está
lloviendo! ¡Y no ha podido probar una pizca de comida! ¡No ha funcionado!
—Pero está despierto, de día y no ha calmado su hambre de otra forma.
Dale tiempo, todos necesitamos tiempo.
—¿De qué estás hablando? —se asustó Gabhran. Miró por la ventana, y
entrecerró los ojos para resistir los rayos del sol, pero sus sospechas se
agravaron cuando vio la cúpula plomiza que cubría el cielo. No era un día
soleado, pero dolía como uno.
—Morbihen —insistió su abuelo, haciendo que su madre se alejara de él—,
deja al chico. Lo que has hecho, hecho está, y todos tendremos que asumir las
consecuencias.
—¿Qué sucede, abuelo? ¿Qué es lo que me pasa?
El anciano esbozó un rictus de dolor que ensombreció su rostro.
—Moriste, Gabhran, eso es lo que pasó. Estás muerto.
***
—Había discutido con Madre —recordó con aire ausente y la mirada en
algún sitio más allá de la arboleda que rodeaba la pequeña fortaleza—. Me dijo
que no saliera de caza, que había visto mi muerte en las ondas del agua y en el
baile de las llamas. No la creí, eran… supersticiones. Me dijo que no siguiera
al ciervo cojo. Y no lo hice —recordó con amargura—, el ciervo no cojeó hasta
después de que mi flecha le hiriera. Pero entonces, ya no era un ciervo cojo,
era mi presa y no podía renunciar a ella, ¿verdad? Las lluvias de los últimos
días habían provocado un pequeño desprendimiento, nada grave, supongo, si
Andalo hubiera ido al paso y no al galope. El suelo cedió y ambos caímos por el
barranco. Recuerdo… dolor. Mi rostro, mi brazo… recuerdo el sonido de mi pierna
al partirse. Y el cielo gris cuando todo dejó de moverse, justo para darme
cuenta de que no podía respirar. Recuerdo que sabía que me estaba muriendo.
¿Qué sucedió tras eso?
—Las ondas del agua dijeron a tu madre dónde encontrarte —dijo su
abuelo, y no había rastro de burla en su voz—. Dije a tu madre que tenía que
haberte iniciado antes, antes de que sucediera todo. Antes, cuando tu espíritu
todavía era maleable, antes de que decidieras seguir los pasos de tu padre y
convertirte en señor de hombres.
Señor de hombres… sus aspiraciones ahora no eran más que barro en el
camino. Su abuelo se lamentaba de que no hubiera escogido el camino de la
sabiduría y hubiera seguido el de la fuerza, pero ahora los había perdido a los
dos. Sentía que había decepcionado a tanta gente… Gabhran se mordió el labio
inferior para disimular su temblor y agachó la cabeza, avergonzado, para
ocultar las lágrimas.
—¿Qué sucedió, abuelo? —insistió. Una parte de él no quería saberlo, no
quería saber la clase de maleficio que volvía los muertos a la vida.
—Alimañas —murmuró—. ¿Recuerdas algo de tus enseñanzas cuando aprendías
los nombres de los árboles y no los estandartes de las casas que los cortaban?
¿Recuerdas cuando te hablé de los monstruos de la arboleda y los que vivían más
allá de ella? —Gabhran asintió, pero la verdad era que no recordaba mucho de
aquellos días—. Yo recuerdo haberte hablado de las alimañas que visten la carne
de los vivos y llenan su vacío con pedazos robados de las almas de sus presas.
Criaturas hermosas y terribles como la noche, seres poderosos que viven allí
donde viven aquellos de los que se alimentan. Es difícil encontrarlas lejos de
las urbes, y las que encuentras, suelen ser despojos. Seres débiles que escapan
de las iras y limpiezas de sus mayores. Cuando su número crece en demasía, se
matan entre ellos para no tener que dividir sus presas. Es entonces cuando las
pequeñas alimañas aparecen en pueblos como el nuestro. Débiles, famélicos,
presas fáciles para cualquiera que no los subestime y sepa a qué se enfrenta.
»Sabíamos que había una en el pueblo. Día sí y día también las
muchachas venían con síntomas de anemia a que tu madre las tratara, aduciendo
su debilidad a… problemas femeninos. Pero todas tenían síntomas parecidos,
sueños… poco decorosos que recordaban ruborizadas. En su defensa, diré que la
inteligente alimaña nunca les hizo nada que ellas no hubieran suplicado
primero, aunque fuera mediante sus hechizos demoníacos. No ha habido muertes, y
la muerte no puede engendrar muerte, así que… no le dimos importancia. Quizá
debimos haberlo hecho. Cuando te trajeron estabas muy malherido —continuó
cambiando de tema—. Apenas un hilo de aire se escurría entre tus labios y,
aunque usé todos mis conocimientos en sanar tus heridas, estas eran demasiado
grandes. Solo era cuestión de tiempo que exhalaras tu último aliento. Tu madre
enloqueció de dolor y se marchó. Llegué a pensar que, en su desesperación,
había decidido poner fin a su vida. Recé a los dioses porque no fuera así, pero
ahora creo que quizá debiera haber rezado por lo contrario. Regresó con la
alimaña que seducía a las jóvenes del pueblo y le ordenó que te salvara la
vida. La alimaña dijo que lo haría si ella le perdonaba la suya y ella aceptó.
Yo me negué —recordó con tristeza—. Intenté hacerle ver que no sería nada más
que tu cuerpo lo que viviera después. Solo un muñeco sin vida. Ella y yo
discutimos largo y tendido. Durante ese tiempo, mil veces deseé que exhalaras
tu último aliento. Le expliqué que, cuando morías, tu… alma saldría despedida
en millones de fragmentos que se dispersarían por el mundo. Pero Morbihen
siempre había sido una prometedora maga, ideó un plan por el que eso no fuera
así. Ancló tu alma a la tierra antes de que la alimaña te salvara. Así que, a
diferencia de las otras alimañas que llenan su vacío con los pedazos que
extraen de la sangre de sus víctimas, tú tienes un alma pero no está dentro de
ti, esta en el suelo que te rodea. Pero eso no cambia lo que eres, Gabhran,
estás muerto y no puedes morir.
—No lo entiendo —confesó Gabhran sujetándose la cabeza con las manos.
Intentaba recordar las enseñanzas que su abuelo le había brindado cuando era
pequeño pero apenas podía acordarse de dragones, nombres de plantas y dioses
olvidados.
—Este eres tú —dijo su abuelo alzando un vaso vacío—. Este eras tú
lleno de… vida —dijo y rellenó el vaso con agua de la jarra—. Cuando se crea
una alimaña, la vida estalla en fragmentos y se dispersa. —El viejo arrojó con
violencia el contenido del recipiente que se dispersó por toda la habitación,
salpicando las cortinas y la ropa de la cama—. La única forma que una alimaña
tiene de seguir moviéndose, es robar la vida de los otros seres. —Su abuelo
escupió un par de veces dentro del vaso—. No es vida, pero se le parece. Y con
muchos escupitajos puedes llenar un vaso, y seguirá sin ser vida, pero se le
parecerá. Con la diferencia de que necesitas que alguien tire escupitajos
dentro de vez en cuando. La vida se mantiene a sí misma, este remedo no puede
hacerlo. Por eso buscan sangre con tanta ansia.
Gabhran miró con asco el vaso lleno de esputos de viejo y empezó a
marearse.
—Pero yo soy diferente —protestó—. Madre hizo algo… yo no…
—Cierto, en parte —dijo su abuelo con tristeza. Llenó de nuevo el vaso
de agua y derramó un poco encima de la mesa—. Te morías —recordó—, perdías tu
vida gota a gota. Y lo que hizo tu madre fue recoger cada una de esas gotas y
vaciarte por completo. —El anciano vació el contenido del vaso dentro de un
plato—. Cuando la alimaña te transformó —dijo y sacudió el vaso vacío. Apenas
unas gotas de agua salpicaron a Gabhran—, apenas tenías vida que esparcir.
Morbihen la había guardado toda en otro sitio. Lo único que hubo que hacer fue
volver a llenarte. Así que estás muerto, pero te han llenado con tu propia
vida.
—Entonces… ¡estoy vivo! —exclamó.
—No —negó su abuelo—. Es solo una ilusión. Tu alma se queda en el
plato, en esta tierra, allí donde alcanza la arboleda, si te alejas del plato,
estarás vacío y tendrás que llenarte de escupitajos de otros para seguir
caminando.
—O sea —dijo Gabhran comenzando a entender su situación—. Tengo que
escoger entre la vida y la libertad.
—No —negó de nuevo el viejo mago—. No puedes escoger, ninguna de las
dos te pertenece.
***
Montañas de legajos viejos se amontonaban delante de él y su abuelo no
hacía más que sacar nuevos pergaminos cubiertos de polvo.
—¿Qué se supone que debo hacer con esto? —preguntó Gabhran con voz
átona. Llevaba días sin salir de su habitación, demasiado torturado por la
sombra de sus sueños desvanecidos como para encontrar fuerzas y presentar
batalla a su pesadilla actual. Había rechazado toda la comida que le habían
puesto delante. Y no lo había hecho por desgana o inapetencia, se había cansado
de vomitar cada bocado que daba y el hambre amenazaba con torturarle de por
vida.
—Estudiar —dijo el anciano mago—. Ahora tienes todo el tiempo del mundo
y no puedes ir a ninguna parte. Puedes intentar hacer algo útil con tu
eternidad. Para empezar, deberías intentar aprender todo lo que puedas sobre lo
que eres. Y luego… ya veremos.
—No puedes convertirme en mago —recordó Gabhran—. Es un principio
básico: los muertos no pueden manipular la vida. ¿Recuerdas?
—A todos los efectos, mientras permanezca en este castillo, estás vivo.
Tienes tu vida al alcance de la mano y tu areté impregna cada piedra. Tenías
talento, estúpido chiquillo, y lo malgastaste todo por un montón de sueños de
gloria y espadas de madera.
—Los hombres de mi tío vendrán a buscarme antes de que acabe el verano
—recordó Gabhran con el ceño fruncido—. ¿Qué pensáis decirles?
—Nada que no les dijéramos ya —respondió el mago—. Mandamos una misiva
a los hombres de Aédan informándole de tu desgraciado accidente de caza. Para
ellos y para el resto del mundo, Gabhran mac Sétna ha muerto sin descendencia.
—Ojalá hubiera podido…
—Ya ha pasado el tiempo de los lamentos, Gabhran. Tienes la oportunidad
que la mayoría de nosotros no nos atrevemos ni a soñar. Tienes el tiempo para
estudiar toda la sabiduría que los nuestros han acumulado desde el principio de
los tiempos. Pero yo no tengo tanto para enseñártelo, así que… empezaremos
cuanto antes.
—¡Y de qué me servirá! —exclamó Gabhran fuera de sí—. ¡Nunca podré hacer
nada con lo que aprenda! ¡Nunca! Pasarán los años y tú te irás. ¡Pasarán los
siglos y se irán las piedras! Y yo seguiré aquí, solo, hambriento y loco. Pero
vivo, eso sí —añadió con sorna—. Estoy… —dudó un momento en si continuar la
frase—. Estoy pensando que a lo mejor debería acabar con este estúpido
experimento.
—¿Piensas… suicidarte? —Una minúscula pausa entre las palabras fue el
único indicio de que al viejo le importara realmente si lo hacía o no. Un
silencio que duró una fracción de segundo y que tal vez, estuviera tan solo en
su imaginación.
—Quizá… —admitió Gabhran, no era como si no se lo hubiera planteado más
de una vez en esos días—. En realidad, estaba pensando en irme y que sea lo que
tenga que ser. —Su abuelo no dijo nada. El murmullo del viento fue la única
respuesta que recibió—. Podrías fingir que te importa.
—Tienes la oportunidad que yo siempre había soñado —murmuró el anciano
mago.
—Lo dudo —replicó Gabhran con desdén.
—No es necesario que empieces por los nombres de las plantas y las
piedras —dijo su abuelo—. Podrías descubrir más cosas sobre lo que eres ahora.
Quizá encontrarás una forma de dejar de pasar hambre, de comer comida normal o…
quizá una cura.
—¿Una cura? —repitió.
—Tienes mucho tiempo para intentarlo —le recordó—. Pero quizá podías
comenzar con encontrar algo para aliviar tu hambre.
—El hambre no me matará —dijo Gabhran con una mueca—. Llevo cuatro días
sin comer ni beber y no me siento débil solo… hambriento y sediento. Es…
molesto y doloroso, pero no mortal.
—Por ahora —admitió su abuelo—, pero irá a peor y puede que…
—¿Por qué tengo hambre, abuelo? —preguntó—. Se supone que mi vida está
en el plato. Se supone que no necesito esputos de viejo. ¿Por qué tengo tanta
hambre?
El anciano se encogió de hombros y señaló la montaña de legajos.
—No lo sé —confesó—. Quizá no estés completamente lleno de vida, o quizá
es tu nueva naturaleza que te empuja a buscar sangre aunque no la necesites. No
lo sé, pero la respuesta puede que esté en algún lugar de todo esto.
—Sangre… —Gabhran había intentado no pronunciar esa palabra en voz
alta. Por supuesto, sabía de qué se alimentaban los suyos. «Los míos… esa es
buena»—. La sangre me repugna —dijo, recordando que antes ni siquiera era capaz
de comer carne poco hecha.
—Supongo que tus dos naturalezas se pelean entre sí. Esto es nuevo para
todos, Gabhran. Nunca antes ha habido nadie como tú. Hemos puesto patas arriba
el orden natural para esquivar a la muerte. Y todavía no hemos pagado el precio
por ello. Ningún acto queda sin consecuencia —recordó el viejo mago—. Solo
espero que cuando llegue el momento de pagar, seamos capaces de asumir el
coste.
Hasta aquí lo que tenía de la versión novelizada del background. Como mínimo era original, ¿no? Pero bueno, la historia permanece allí y algún día será escrita.
2 comentarios:
me gustaria mucho que la siguieras,pobrecico Garbhan, le dieron algo que nunca quizo, cuanta incertidumbre, promete la historia!!, pero sin escupitajos pa la proxima!!XDD
¡Gracias! Supongo que si la seguiré, de vez en cuando, para pasármelo bien. Intentaré ir alternando las historias del pasado con las del presente. ^_^
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