miércoles, 28 de agosto de 2013

El primer ratón

Pocas cosas he hecho a nivel literario que me llenaran tanto como escribir este cuentecillo con el que participé en el Ilusionaria 2. Nunca había escrito nada infantil y se me ocurrió que no quería conformarme con contar una historia, quería una que implicara algo, que enseñara algo sin limitarse a la simple moraleja. Veréis que a nivel de estilo hay muchas repeticiones, cuando lo escribía pensaba en un cuento para ser leído en voz alta y creo que así es como gana más, aunque no dudo que los adultos puedan disfrutarlo.

El primer ratón

Ratoncillo era curioso, inquieto y trabajador. Era, sin ninguna duda, un buen ratón. Todas las tardes iba a ver al Abuelo Ratón y escuchaba sus historias convencido, como todo nieto debe estarlo, de que su abuelo era el mejor.
Un día, paseando al lado del estanque, vio a la Mamá Pato enseñar a los patitos. Uno a uno, ¡cuack-cuack!, se metieron en el agua y empezaron a nadar. Ratoncillo  se fue a corriendo a buscar al Abuelo a Ratón y le pidió:
—¡Abuelo Ratón, abuelo Ratón! ¡Enséñame a nadar!
El Abuelo Ratón se rio a carcajadas mientras Ratoncillo le contemplaba extrañado.
—No ha habido nunca ni habrá, un ratón que sepa nadar —dijo.
—¡Pues yo seré el primero! —dijo Ratoncillo y se marchó corriendo de allí. Pero si su abuelo no iba a enseñarle, ¿cómo iba a aprender?
Ratoncillo se fue a la Mamá Pato y le preguntó:
—Mamá Pato, Mamá Pato, ¿me enseñas a nadar?
—Nunca he visto a un ratón nadar —dijo Mamá Pato—. Los ratones no nadan.
—¿Cómo lo sabes si no has visto ninguno? —preguntó Ratoncillo.
—Con tus pequeñas patas no podrás nadar —observó Mamá Pato, enseñando sus patas palmeadas.
—Me esforzaré más y no parecerán que mis patas son pequeñas —insistió Ratoncillo.
—Está bien —aceptó Mamá Pato—, te enseñaré a nadar. ¡Pero te tendrás que esforzar! ¡Y no tardarás ni un día ni dos; tardarás muchos más!
A Ratoncillo no le daban miedo los retos y aceptó sin dudarlo. Pero Mamá Pato tenía razón: nadar era muy difícil.
Ratoncillo no se dio por vencido y lo que hizo fue trabajar más. Y  pasado un tiempo, no un día o dos, Ratoncillo aprendió a nadar.
*
Nadaba por la charca cuando lo escuchó. Primero no supo lo que era. ¡Nunca había escuchado nada tan bello como el coro de las ranas! Y corriendo, como aquella vez, se fue a buscar a su abuelo.
—Abuelo Ratón, abuelo Ratón, ¿me enseñas a cantar?
El abuelo le miró muy serio y le contestó:
—No ha habido nunca ni habrá un ratón que sepa cantar.
—¡Pues yo seré el primero!
Y ni corto ni perezoso, se fue corriendo al estanque de las ranas que no dejaban de cantar.
—¡Señoras ranas, señoras ranas! ¿Me enseñan a cantar? —les pidió.
—Los ratones no cantan —dijo una primera rana.
—No he visto ninguno —dijo una segunda rana.
Ilustración de Marta TheArt

—Los ratones no cantan —dijo también una tercera rana.
— ¿Cómo sabéis que no cantan si no habéis visto nunca ninguno? —protestó Ratoncillo—. Enseñadme, por favor, quiero aprender a cantar.
—Tu voz es muy aguda —dijo la primera rana.
—No será fácil —dijo la segunda rana.
—Te tendrás que esforzar —dijo la tercera rana.
—¡Y no tardarás ni un día ni dos, tardarás muchos más! —dijeron las tres ranas.
Pero a Ratoncillo no le daba miedo esforzarse. Cualquiera pensaría que cantar es fácil, pero hacerlo en un coro, en el tono justo y sin desafinar, ¡no era moco de pavo! ¡Y la voz de Ratoncillo era demasiado aguda! Así que le costó mucho, pero supo entrenar su voz y cantar la canción de las ranas como si fuera una rana más. ¡Una rana con pelo y cola, eso sí!
*
Un día, mientras cantaba por el bosque, Ratoncillo se fijó en una ardilla que trepaba corriendo a un árbol y de copa a copa saltaba. Ratoncillo abrió muchos los ojos y se fue corriendo a buscar al Abuelo Ratón.
—¡Abuelo Ratón, Abuelo Ratón! —llamó— ¿Has visto alguna vez a un ratón trepar y saltar de árbol en árbol?
El abuelo negó con la cabeza, pero sonreía de forma misteriosa cuando dijo:
—No ha habido nunca ni habrá, un ratón que sepa saltar y trepar.
—¡Pues yo seré el primero!
Y se fue corriendo a buscar a la ardilla que había visto.
—Ardillita, Ardillita, ¿me enseñas a trepar y saltar? —pidió con toda amabilidad.
—Es muy difícil saltar y trepar —dijo Ardillita—, y te puedes caer y hacer daño. ¿Seguro que quieres intentarlo? ¡Te tendrás que esforzar y...!
—¡...Y no tardaré ni un día ni dos, tardaré mucho más! —dijo Ratoncillo que ya sabía que era muy difícil aprender cosas nuevas, pero también sabía que merecía la pena el esfuerzo.
*
Un día, el Abuelo Ratón estaba dando un paseo y vio como Ratoncillo se metía en el agua y nadaba, trepaba a un árbol y saltaba para luego irse corriendo a cantar con las ranas. Sin poder evitarlo, el Abuelo Ratón empezó a llorar.
—Abuelo Ratón, ¿por qué lloras? —preguntó Ratoncillo muy preocupado. El Abuelo Ratón era un poco gruñón, pero él le quería mucho y no quería verlo triste.
—Lloro porque cuando era joven yo también quería nadar, cantar, trepar y saltar, pero mi abuelo me había dicho que nunca un ratón lo había hecho y yo no tuve ni el valor ni la constancia para intentarlo.
—Pero Abuelo Ratón —dijo Ratoncillo—. ¡Nunca es tarde para hacerlo!
—Nunca he visto ni nunca veré a un viejo ratón que aprenda cosas nuevas —dijo con tristeza el Abuelo Ratón.
—¡Pues tú serás el primero! —dijo Ratoncillo—, pero te aviso que te tendrás que esforzar. ¡Y no tardarás ni un día ni dos, tardarás mucho más!
—Pero... ¿aprenderé? —preguntó el Abuelo Ratón.
—¡Claro! —contestó Ratoncillo—. ¡Yo te ayudaré!

—¿Ya no queda nada que quieras aprender? —preguntó el Abuelo Ratón.
—Sí —dijo Ratoncillo señalando a Pajarín que surcaba el cielo agitando sus alas—, ahora quiero aprender a volar.
—¡Nunca ha habido ni...! —El Abuelo Ratón no continuó, asintió con la cabeza y sonrió —. Ve y esfuérzate mucho —dijo.
Si os fijáis en las tardes de verano, justo cuando se pone el sol, veréis que no son pájaros aquello que surca el cielo. Mirad bien y descubriréis que los ratones vuelan.