martes, 15 de diciembre de 2009

Espejismos de control

Volutas de humo dibujaban escaleras de caracol que llegaban hasta el cielo. Cenizas y maderas chamuscadas, escombros carbonizados, eran todo lo que quedaba de una de las mayores casas de la ciudad. Según los testigos, en apenas media hora la casa se había consumido hasta los cimientos, pasto de las llamas. ¿Qué fuego tan virulento podría causar tal destrucción? Kobe se hacía esta pregunta pero ya sabía la respuesta.

Miró con recelo al vincio de agua de la brigada municipal, el collar en su cuello resultaba vagamente tranquilizador. Su controlador estaba unos metros detrás suyo, lejos del alcance del agua y del fuego, mientras el vincio elevaba olas desde el estanque cercano y las vertía sobre las ruinas, aún humeantes. Hacía, con inusitada facilidad, lo mismo que veinte hombres cargados con cubos. Y, sin embargo, Kobe sintió un escalofrío recorriendo su espalda; tanto poder resultaba inquietante.

El nuevo alud de agua elevó más cantidades de humo, frunció el ceño y se cubrió nariz y boca con la manga de su abrigo. Se trataba de un crimen muy desagradable: el asesinato de un personaje importante y la muerte, supuestamente accidental, de varios de los empleados de la casa. Pero podía ser el caso que había estado esperando para proyectar su carrera a lo más alto.

Uno de sus hombres llegó corriendo, se plantó frente a él y saludó con disciplina.

—Señor, nos han informado de ocho cuerpos. Pero no se descarta que aparezcan más bajo los escombros.

—Ocho cuerpos —repitió Kobe, eso era mucha gente para matar a un solo hombre—. ¿Se ha verificado que el cuerpo de Gayus esté entre ellos?

—Sí, Señor —contestó el joven oficial—. Hemos podido identificar el cuerpo de Primo Gayus entre los cadáveres, en el punto en el que, según los testigos, se originó el incendio. Está completamente carbonizado pero le hemos identificado por las joyas aunque...

El oficial era joven y parecía incómodo, Kobe sintió una punzada de simpatía pero no dejó que le afectara.

—Continúe —dijo con sequedad.

—Le faltaba la mano izquierda.

—¿Faltaba?

—Señor —dijo el joven tragando saliva—, estaba rota, arrancada, le cortaron la mano y creo que se la llevaron.

—¿Cree?

—Es que…es demasiado pronto para asegurarlo.

—Comprendo.

Era fácil comprenderlo, apenas se habían apagado las llamas y el grupo de extinción de incendios trabajaba a marchas forzadas recuperando los cuerpos de entre los escombros. Una mano podía estar en cualquier sitio. Aún así la ausencia resultaba chocante. Una mano... si lo que querían era las joyas podían haberse apoderado de sus collares, o de cualquiera de los objetos valiosos que se exhibían en la casa, Gayus era famoso por sus ostentaciones. Pero el hecho de que cortaran una mano implicaba que había algo en esa mano que necesitaban.

—Mino... ¿se sabe algo del vincio?

El joven oficial negó con la cabeza.

—Nada nuevo —dijo—, testimonios de gente en la calle principal que vieron a un chico que se correspondía con la descripción, pero nadie lo ha visto desde entonces. ¿Cree que ha sido el vincio?

Creo que ha sido el vincio —dijo Kobe—, pero culparle a él es como culpar a un revólver. Hay que encontrar a la persona que lo controlaba, hay que encontrar a su amo.

—Es que... —empezó a decir Mino, se ruborizó— dicen que el amo era Gayus.

—Eso complicaría las cosas, ¿verdad? Averigua todo lo que puedas de ese vincio, de dónde salió, quién se lo vendió, quiero saber si estaba regulado o fue una invocación clandestina. Y, sobre todo, quiero que lo encuentres y me lo traigas.

—¡Sí, señor! —Mino se despidió con un saludo y salió corriendo tal y como había llegado. Kobe sonrió momentáneamente al recordarse a sí mismo a su edad, ¿cuánto había pasado? Casi diez años desde que había entrado en el cuerpo de guardianes. Capitán... era muy joven para su rango, como se preocupaban por recordarle continuamente, pero no le importaba mucho lo que pensaran de él, se lo había ganado y pensaba llegar mucho más lejos.

Desvió la atención hacia las flores del jardín, que se mecían con el viento ignorando el avispero que se había formado a su alrededor. Colores vivos y brillantes y formas llamativas, era un jardín realmente impresionante. Entre esas grandes flores de complicados diseños, había un parterre de flores púrpuras redondeadas, como cabezas de dedal. Kobe se acuclilló para observarla mejor.

—Yo que usted no la tocaría —dijo una voz femenina detrás suyo—, es muy venenosa.

—Dedalera —dijo Kobe mirando con recelo a la mujer— mi abuela preparaba un tónico con ellas. En pequeñas cantidades, es beneficiosa para el corazón.

—Oh —exclamó ella aparentemente sorprendida—, nunca hubiera pensado que todo un guardián como usted sabría de plantas.

Kobe se fijó en el coche aparcado tras la reja de la mansión, y en el curioso personaje de piel marrón y cabello verde que aguardaba a su lado. La mujer era bastante joven, debía rondar la treintena. Como él, también debía haber escalado posiciones sobre los gordos burócratas.

—Se han dado prisa —dijo Kobe y chasqueó la lengua enojado—, les esperaba pero no tan pronto, creí que aún tendría tiempo de hacer mi trabajo antes de que aparecieran ustedes.

—No pretendemos entorpecer su trabajo, capitán —dijo la mujer, su rostro impertérrito parecía esculpido en piedra—, pero si esto ha sido obra de un vincio, le vendrá bien nuestra ayuda.

—No se preocupe, si necesito la ayuda de los invocadores, se la pediré.

martes, 1 de diciembre de 2009

Marioneta de Agua

Os dejo un pequeño teaser de la continuación de Rubí.

Marioneta de Agua

Ara estaba orgullosa de su pan. ¡Y no era para menos! Todas las semanas venían dos o tres criados de las casas nobles y se llevaban varias hogazas para uso y disfrute de algún poderoso señor. Tenía su pequeño puesto en el mercado y, cuando volvía a casa al caer la noche, sólo se llevaba su pequeña barrita porque había acabado con todo.

Su secreto... era suyo, y de nadie más. Algún día, su hijo le acompañaría pero por ahora, prefería estar emborrachándose en alguna sucia taberna. Pero bueno, era un hombre, ¿qué se podía esperar de un hombre? La pescadera de enfrente le gritaba algo, esta mujer... siempre gritando. Pero el mercado estaba abarrotado a esa hora y era imposible oírla.

Ara se separó de su puesto menos de tres pasos, la pescadera quería que le guardara una hogaza, nada más. Lo mismo de cada día. Fue tan sólo un segundo. Era consciente de la presencia de pillos y ladronzuelos e incluso los hombres de buena voluntad alargaban las manos cuando el hambre apretaba, así que nunca se separaba de sus hogazas, eran demasiado valiosas. Pero cuando se giró, se fijó en que a la elaborada pirámide de pan, le faltaba una pieza.

Ara se enfadó, arrugó el entrecejo puso los brazos en jarras. Sólo era un mal día, no pasaba nada, sólo era una hogaza. ¡Pero era su hogaza y no se la habían pagado! Si se corría la voz de que Ara se dejaba robar pronto necesitaría más ojos para vigilar cada una de las piezas y eso sí que no podía permitírselo. Por todos los diablos, ¡era una hogaza! ¿Cómo se podía esconder una hogaza?

Por un momento, sólo un momento, le pareció entrever un resplandor que desaparecía tras el puesto de frutas. Pero no podía ser, apenas era un pequeño agujerito, nadie podía pasar por allí. Ni siquiera un niño pequeño.

Ara suspiró y sacudió la cabeza, intentando restar importancia a lo ocurrido. Lo pasado pasado está y no tenía sentido torturarse por ello, sólo tenía que procurar que no volviera a suceder. De nuevo tras el mostrador, recolocó las hogazas para conformar, de nuevo, la perfecta pirámide. Un nuevo brillo acaparó su atención, esta vez sobre el mostrador. Había un anillo, un anillo de oro con una enorme amatista.

Ara boqueó como un pez y guardó el anillo en el bolsillo mirando alrededor para comprobar que nadie la hubiera visto. Pero era difícil borrar la expresión de felicidad de su cara.

Mañana haré fiesta. —pensó.