martes, 27 de abril de 2010

El Guerrero del Planeta Gris

Dedicado con cariño a quien él sabe.

El Guerrero del planeta Gris

Le miraban. De eso no cabía duda.
Esos malditos humanos y sus retorcidos métodos de tortura… Ahora le obligaban a engullir, sin ningún tipo de escrúpulo, formas de vida perfectamente conscientes del destino que les esperaba. ¿cómo podían ser capaces de tan magna crueldad? Obligarle a contemplar las miradas suplicantes de sus víctimas mientras las empujaban contra la parte anterior de su aparato digestivo. Y luego era él la bestia sin sentimientos.
No, no iba a permitirles otra victoria. Pronto sabrían quién era él. No en vano, la suya era la más gloriosa de las razas que surcaban el espacio: un auténtico guerrero del planeta Gris. Él no se dejaría vencer por una raza inferior como la humana, no, nunca.
Nunca doblegarían su voluntad reduciéndole a ser otro despiadado engulle-inocentes. Él era más fuerte que todo eso.
Pero nada podía prepararle ante la nueva acometida de la rastrera cabecilla de sus torturadores:
—Marcos, si no te acabas los guisantes no hay postre, y que sepas que hay flan.
Marcos, el guerrero originario del planeta gris, cogió la cuchara repleta de guisantes llorones y desoyó sus súplicas mientras los masticaba.
Siempre había causas mayores que el honor.

lunes, 12 de abril de 2010

En el fondo del cajón.

Rebuscando entre mis cosas, encontré un viejo disckette de esos que ya no se usan y que la mayoría de ordenadores ya no lee. Ponía: Cuentos varios.
Ni corta ni perezosa, encontré una discketera y me dispuse a rescatar su contenido. He encontrado varias cosas: un cuentecillo, varios inicios de novelas y poemas. Sí, habéis oído bien, poemas.
Uno de esos incios de novelas será rescatado a conciencia para ver si funciona como relato corto sobre zombis, a lo mejor sale bien. Por ahora, os dejo algunos de esos poemillas para darle algo de diversidad al blog.

Deja que el ángel se escape,

que vuele alto,

que llegue al sol.

Y luego, cuando caiga extenuado,

ofrécele el techo

que antes no quiso aceptar.

*

La tarde se ha vuelto oscura,

tras los últimos pesares

de las horas transcurridas.

Mis ojos cansados contemplan

la altura de mis ambiciones

y pienso en el descenso, la caída

a los infiernos

desde el trono de los cielos

y me encuentro perdida.



jueves, 1 de abril de 2010

El Último Café

Concursillo de la Vanguardia. En fin, una perla de sabiduría (toca, es jueves) : los concursos de los periódicos valen como ejercicios literarios, nunca como concurso de verdad. ¿Está claro?
No es despecho de perdedora, es el convencimiento simple de que los había mejores, es lo que sucede cuando los relatos se cuelgan y puedes leer y valorar la competencia. Sabes quiénes son buenos, y nunca son los que ganan.
Os dejo con un pequeño ejercicio literario; un guión.

El último café

El Don Pepe es un sitio pequeño y abarrotado, famoso por sus tapas abundantes y oleosas. Una niebla densa se dibuja en el aire y los ceniceros llenos se burlan de las señales de prohibido fumar.

Roberto es un hombre de unos cincuenta años, pelo cano. Fumador empedernido, todas las mañanas se lee el Mundo Deportivo acompañado por su café sólo y un buen cigarro.

Esta vez es diferente, tiene compañía. Una mujer hermosa, vestida con un impecable traje negro, se sienta a su lado.

Roberto la mira de reojo.

Roberto: —No es justo. (Dice con tristeza y lo repite varias veces)

ELLA: —No estoy aquí para decidirlo. (La voz de ella es fría)

Roberto: —Es que... no puedo, no puedo. Es muy pronto, no puedo irme contigo.

ELLA: —No es tan fácil.

Roberto: —¡Pero tiene que serlo! La gente lo hace continuamente, salen en las noticias.

ELLA: —Tú lo has dicho, si es tan fácil ¿por qué salen en las noticias?

Roberto: —Pero...

ELLA: —No hay peros.

(Roberto niega primero con la cabeza y luego, asiente cabizbajo, mientras intenta contener el llanto)

Roberto: — ¿A dónde iremos? ¿Es un sitio bonito?

(Ella sonríe con picardía antes de contestar)

ELLA: —No voy a contártelo, estropearía la sorpresa.

(Roberto sonríe, siempre ha tenido sentido del humor y sabe reconocer un buen chiste)

Roberto: —¿Puedo, al menos, acabarme el café?

ELLA: —Está bien, pero acuérdate de pagarlo.

Roberto Díez se toma su café con una sonrisa en los labios; paga el cafe y deja diez céntimos de propine. Mira a la mujer de negro y asiente.

Roberto Díez cae al suelo muerto.