martes, 3 de marzo de 2009

- KAN - Capítulo III: Abriendo los ojos.


Estuve un rato echado en la cama sin hablar, escuchaba los sonidos del exterior intentando averiguar cómo era el sitio donde estaba. Había parado de llover y no soplaba viento, me llegaba calor de la ventana y supe que era de día pero no oía ningún ruido que me hiciese pensar que estaba en un pueblo. De afuera sólo me llegaban ruidos de pájaros y hasta pude oír el sonido de una ardilla trepando por el tejado. Ma llegó luego, no me pilló de sorpresa ya que la había oído subir las escaleras.
-Así que ya estás despierto.-me dijo en cuanto me vio. Sentí que la cama se hundía un poco cuando ella se sentó. Yo me senté también pero no dije nada.-No tienes por qué tenernos miedo.-me dijo como si esa fuese la causa de mi actitud. Yo no la respondí, sentí su suspiro y como ella me colocaba algo en las rodillas, supuse que era una bandeja e intenté coger lo que había encima. Ma me ayudó, me cogió las manos y me las puso alrededor de un tazón caliente, luego, me puso la cuchara en el tazón e hizo que yo la cogiese. Eso no me gustaba, no me gustaba que me tratase como un niño ciego pero ella lo hacía sin malicia y no pude menos que reconocer que era más cómodo así.
-Desde ahora,-me dijo mientras yo comía,-cuando te despiertes me llamarás y luego, aprenderás a bajar la escalera tu solo. Te he traído tu ropa, está un poco húmeda pero no hay otra, luego te llevaré al pueblo y te compraré ropa, te llevaré con el maestro ciego y luego comeremos en casa de mi madre.
-¿Y Amza?-dije sin mucho interés.
-Ha tenido que irse,-su voz temblaba y supe que me ocultaba algo,-vinieron a buscarle por la noche, volverá luego.
Por la noche sólo habían venido los soldados y se habían ido de seguida.
-Venga, levántate.-entonces me vistió con mi ropa que olía a humo y humedad y me ayudó a bajar las escaleras. Mientras bajaba yo conté los peldaños para saberlo después y anoté en mi cabeza que el último era más alto y tenía una piedra floja. Ih me siguió todo el rato, cuando atravesamos el patio de piedra y entramos en un sitio donde olía a caballo y el suelo era muy blando. Ma me dijo que me quedase en un lado, por el ruido que hizo, supe que estaba enganchando un caballo a una carreta pequeña. Había otro cabaño en el establo, uno más ligero con una herradura floja y por eso reconocí que era el mismo caballo de la noche anterior, el de la calesa era más gordo y pesado según sus pisadas. Luego sacó la carreta al patio y me ayudó a sentarme a su lado.
Soplaba una brisa fresca, el campo olía a humedad y tenía un poco de frío. El camino era pedregoso, con bastantes baches y yo tenía que estar agarrado a mi asiento para no moverme de un lado para otro. Ma estaba muy callada, no hablaba y lo único que me hacía sentir su presencia era el tibio calor de su cuerpo ya que el traqueteo del caballo y los ruidos de la carreta me impedían oír nada más. Luego oí como el ritmo se frenaba hasta detenerse del todo y
supe que teníamos al lado otro jinete.
-Buenos días Ma, ¿Cómo vamos?
La voz era de un hombre maduro, un poco pastosa y autoritaria.
-Hola,-contestó Ma con una voz totalmente inexpresiva,-¿Hay algún problema?
-No pero ya sabes, como ha muerto la Emperatriz el Emperador ha decretado la muerte para los marcados y tenemos que evitar que algunos intenten llegar al pueblo donde sería muy difícil reconocerles.
-Entiendo.
-Sí, ya sé que a ti esto no te gusta nada a mi tampoco pero es necesario, son peligrosos.
-Oh vamos, ¿por qué son peligrosos?
-Son fuertes, tenemos que destruirles antes de que lo hagan ellos.
Ma parecía enfadada y yo no estaba tranquilo con ese hombre, después de todo, ¿no era yo un marcado?. Pareció que Ma se dio cuenta de mi nerviosismo y me cogió la mano protectoramente.
-¿Quién es el chico?-su voz sonaba despectiva y me lo pude imaginar señalándome mientras me miraba con unos ojos tan torcidos que parecían verticales.
-Mi marido lo encontró en el bosque, es un Perdido y ya sabes que puedes adoptar a un perdido cuando desees.
-Es extraño, no parece un perdido, es demasiado guapo para ser un Perdido, a niños como éste no los abandonan, los venden. ¿Estás segura que no es un marcado fugado?
-No, el chico es ciego, no darían mucho por él en el mercado.
-Ah, bueno, eso lo explica todo, nadie quiere un niño ciego.
Yo seguía frío, como siempre, incapaz de enfadarme o sentir odio, sus palabras no me hirieron en absoluto, quizás me sorprendieron ya que no estaba habituado a agradecerle nada a mi ceguera, pero en esa ocasión así fue, aquel tipo nos dejó continuar el camino.
-Perdona Kan, pero tuve que hacerlo.- Ma me estaba hablando y durante un rato no supe qué era lo que tenía que perdonar, después de todo, me había salvado la vida.
Poco a poco pude oír otro ruido, un ruido que no había oído nunca pero que no me costó de identificar, se trataba de la muchedumbre, el bullicio de la gente del mercado. Pude oler el humo, las basuras, los excrementos de los animales, el olor de la comida, y pude ir clasificando todos los olores. Ma redujo el ritmo de la carroza y comenzé a sentir el calor. De vez en cuando alguien me rozaba la pierna y yo daba un pequeño salto producido por la sorpresa. Ma me sentó en su regazo quizás para protegerme de la multitud y condujo la carroza hacia un sitio apartado. Me bajó y me advirtió que no me soltase de su mano y que recordase no quitarme los guantes. Me dio la mano y empezamos a caminar entre la gente, a veces, yo tropezaba pero ella me sostenía y no llegaba a caer. A veces la gente me golpeaba o me pisaba y Ma decidió que era mejor llevarme en brazos. Entramos en algún sitio más fresco y vacío, entonces, ella me dejó en el suelo y me soltó la mano, me pareció que se alejaba un poco y hablaba con un hombre de acento extranjero.
-El niño necesita ropa, un par de pantalones y otro par de camisas. Quiero ropa seca y fuerte, nada de estampados fantasías. Lo más parecida a la que lleva ahora.
-Por supuesto, señora, y no quiere nada para usted, tenemos una telas recién llegadas de...
-No gracias, sólo lo del niño y lo quiero para esta tarde.
- Eso saldrá algo más caro, ya sabe, las prisas...
- No importa, para esta tarde, ya vendrá alguien a recogerlo.
- Déjeme tomarle las medidas.
El señor me cogió y me subió a una silla, me pidió que alzase los brazos y me midió de arriba abajo.
- Debo felicitarla, es un niño guapísimo.
Pude oír una pequeña risita de Ma y yo también sonreí maliciosamente, seguramente ese señor no pensaría lo mismo si hubiese sabido que tenía la mano marcada y seguramente ni se había percatado de que era ciego.
Luego Ma me dio la mano y volvimos a salir al bullicio.
- Tengo que hacer unas cosas,-me dijo Ma,-te dejaré con el maestro ciego, a lo mejor él te puede ayudar en algo. Acuérdate de no quitarte los guantes, aunque el viejo es ciego, tiene lazarillos que no lo son. No es una buena persona, pero tampoco es muy malo y puede que te enseñe algo útil.
Pronto llegamos a un sitio donde el gentío era menor y entramos en una tienda de tela con una alfombra en el suelo.
- ¿Quién anda ahí?
Era una voz crispada y aguda que me recordaba a la de Damish.
- Maestro, me llamo Ma y le traigo un niño ciego para que le ayude en algo.
- Oh, un discípulo, que bien.-noté que me ponía la mano en la cabeza y después me cogía por la barbilla.-¿Cuántos años tienes,hijo?
Yo no le contesté, no era una persona que me inspirase confianza.
- Kan, por favor, contesta.-me dijo Ma pero yo no la obedecí.-Discúlpele, no es muy hablador.
- Eso no está bien, ser ciego significa estar algo aislado, por eso tienes que hablar para no estarlo. Creo que tienes cinco o seis años, eres moreno y tienes unos enormes ojos de un color oscuro.
- ¿Cómo lo sabe?-preguntó Ma y era la misma pregunta que me estaba haciendo yo.
- La mente también tiene ojos y hay que saber abrirlos. Por cuánto tiempo me dejarás al niño,una semana, tal vez.
- Esta mañana, y quizás vuelva dentro de poco.
- Así no podré enseñarle todo, tienen que ser al menos tres días o no me lo quedo.
- Vámonos Kan.
- Está bien, lo tendré toda la mañana si mañana vuelves, ¿trato hecho?
- Vendré a por él dentro de dos o tres horas.- Ma se agachó y me habló al oído.-Kan...
- Él nos oye.-le dije en voz baja y sabía que era verdad. Si yo podía hacerlo, por qué no él.
- Recuerda lo que te dije antes.-fue lo único que me dijo. Por supuesto que lo recordaba, ¿cómo olvidarlo si mi vida dependía de ello?-Me tengo que ir pero volveré, pórtate bien.

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